El Soñador Eterno: Lecciones de una Vida en Standby
Había una vez un hombre llamado David. David era un soñador, siempre había sido así. En sus sueños, veía un restaurante lleno de risas y conversaciones animadas, olores tentadores y platillos deliciosos. Aunque la imagen de este lugar lo despertaba todas las mañanas, quedaba relegado a sus sueños por la noche.
David tenía un empleo estable en una oficina. Cada día, tomaba la misma taza de café, se sentaba en el mismo escritorio y miraba por la misma ventana. En su mente, sin embargo, podía ver las mesas de madera rústica, las luces cálidas y el horno en el que cocinaría su receta familiar de pasta.
A lo largo de los años, el sueño de David de abrir su propio restaurante se mantuvo vivo, pero solo en su mente. Las oportunidades pasaron frente a él, una tras otra. Un día, vio un local en alquiler en un vecindario en crecimiento. Otro día, un viejo amigo le propuso asociarse en un nuevo negocio de restaurante mexicano. Y en otra ocasión, una abuela italiana le ofreció la receta secreta de su famosa salsa.
Cada vez, David sonreía, imaginaba cómo podrían ser las cosas y luego daba un paso atrás. Se decía a sí mismo que era demasiado riesgoso, que no tenía suficiente dinero, que no tenía experiencia en la restauración, que estaba muy ocupado con su trabajo actual.
Así, el tiempo pasó. David envejeció, pero su sueño de restaurante permaneció igual de joven. Sus días continuaron en el mismo ritmo monótono, su rutina inmutable. Miraba por la ventana de su oficina, el brillo de un sueño no realizado en sus ojos.
Un día, su nieto vino a visitarlo. Un joven lleno de energía y esperanza, con un sueño en su corazón que compartió con su abuelo: quería abrir su propio restaurante. Pero también confesó su miedo, su indecisión. David miró a su nieto y vio su propio reflejo.
En ese momento, David se dio cuenta de la vida que había dejado pasar. Los años se habían deslizado por su lado mientras él soñaba, pero sin actuar. Había permitido que el miedo y la duda le robaran su sueño.
Tomó las manos de su nieto y le dijo con voz suave pero firme: “No dejes que el miedo te impida seguir tus sueños. No dejes que se desvanezcan en pensamientos y deseos. No repitas mis errores”.
La historia de David es una historia de sueños y de inacción, de oportunidades y de tiempo perdido. Es una lección para nosotros, una advertencia contra el peligro de mantener nuestros sueños atrapados en nuestras cabezas. No dejemos que el miedo nos impida actuar. No nos convirtamos en soñadores eternos. Saquemos nuestros sueños de nuestra imaginación y trabajemos para hacerlos realidad. Porque al final, no son los fracasos los que lamentamos, sino las oportunidades que dejamos pasar.
“TEN CUIDADO CON LOS MIEDOS, LES ENCANTA ROBAR SUEÑOS”.